miércoles, 1 de junio de 2011

El pibe que arruinaba las fotos (Hernán Casciari)

Crecer en los pueblos tiene algunas desventajas pero también produce un provecho lento que se descubre con los años. El olor de las lombrices cuando levantás la baldosa, los barriletes de caña, juntar huevos calientes mientras te mira la gallina madre, pisar hormigueros y sentirse un dios malvado. Sentirse sucio, sentirse lejos de casa, del otro lado de un río. O la multitud de madres y padres. Eso también. La cercanía de las casas de los amigos te convierte, también, en hijo de otra gente. Y te ayuda a querer a otros padres (que son otros mundos), a conocerlos en la intimidad y en la sobremesa. Otros ojos que nos vieron crecer, y siguieron allí siempre. Y otras habitaciones, y otros estofados.



Para ORA, por hacer que yo también tenga pueblo