La cocina sofisticada no tiene justificación en sí misma. Es un invento de los cocineros para satisfacer la demanda snob de los nuevos ricos, y de los viejos ricos que se quieren hacer pasar por nuevos, un conjunto de huecos artificios y adornos inútiles que sólo sirven para justificar que se cobre una pequeña fortuna por un plato de calamares. Quien la paga está dispuesto a decir que no ha probado nada mejor en su vida, como está dispuesto a decir que el grabado de Tàpies que tiene en su despacho le emociona cada vez que se fija en él. Qué le vamos a hacer. El mundo está lleno de gilipollas y no parece que haya posibilidades de que disminuya la proporción en un corto plazo.